Las cosas que me gustan

Escribo desde la Trastienda, sentada en el escalón que sube al “rinconcico” gastronómico, entrando a la derecha. Además de las palabras que resuenan femenino, esta es otra cosa que me gusta mucho: sentarme en el suelo. Siempre que tengo la posibilidad de hacerlo, lo hago. Creo que las sillas me aburren. Tan rectas, tan a noventa grados... He reflexionado sobre ello y creo que sé lo que me pasa. Las sillas han estado conmigo en los momentos, digamos, menos buenos: las clases (los exámenes), el comedor del colegio (la tortilla de patatas hecha con huevina que era incapaz de ingerir), las entrevistas de trabajo (los nervios y los “noes”, en ese orden)... Sin embargo, los mejores momentos de mi vida los he pasado sentada en otras superficies: sobre un cojín en el suelo escuchando a la cuentacuentos de la biblioteca del barrio, sentada en la hierba de campamento con los scouts, tirada en la arena en una playa de Galicia (de donde es mi madre), sobre la mesa del horno escuchando (y, si me atrevo, pujando) en la subasta de San Blas... Y sentada frente al escenario en fiestas, llenando de polvo mi flamante peto que grita a los cuatro vientos que ya formo parte de la mejor peña de Las Cuevas de Cañart, el Magreo, esperando a que empiece el BINGO. Sin duda, después de las palabras que terminan en “a” y sentarme en el suelo, jugar al bingo es una de las cosas que más me gustan en el mundo. Y ya lo era antes de que el pasado verano me tocaran los 600€ en las fiestas de Ladruñán, ¿eh? (Perdón, no quiero regocijarme, pero tenía que arreglar lo de la acequia...)
Me acompaña, mientras escribo, Milana, la gatita que custodia la Trastienda. Otra que tiene un nombre precioso... Lleva un rato dándome cabezazos porque quiere que la toque. Esto lo sé porque me lo cuenta Pili días después, yo pienso que me embiste porque tiene hambre, así que estoy compartiendo con ella mi merienda, unos palitos de pan con semillas. Me pica la nariz, me lloran los ojos y estornudo, nada extraño teniendo en cuenta que soy alérgica a los gatos. Me hice las pruebas de la alergia el mismo año que mi amiga María (de “los de Madrid”) me trajo por primera vez a las fiestas de su pueblo, en San Juan de 2013. Ese año fui consciente de tres cosas muy importantes: la primera, que era alérgica a los gatos, los perros, la sandía, el melón, las gramíneas y, sobre todo, sobre todo, al olivo. La segunda, que pienso seguir comiendo melón y sandía, digan lo que digan esos análisis y un leve picor de garganta: hemos venido a jugar. Y la tercera y más importante, no sé si fue más bien una sensación, un deseo o una petición, supe que esa no sería la última vez que pisaría esas tierras. Como dice la sabiduría popular: “cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla”.
Hoy hace ya siete años de ese primer San Juan y, desde el minuto uno, me he sentido en casa. Con “los de Madrid” soy hija, hermana, prima y sobrina, como una más compartiendo cama, mesa, magdalenas de el Trago, risas y música a todas horas. ¿Cómo negarse a un “¿te vienes al pueblo?”? Así fueron pasando los Santos y los findes exprés, maleta (siempre excesiva) en mano. Un día entró en la ecuación otro nombre propio, el que mató al famoso dragón, con ojos claros, una familia maravillosa, la casa en la calle La Fuente y muchos, muchos olivos. Pero (y con su permiso, copio sus palabras) yo ya estaba enamorada de antes: Las Cuevas de Cañart me atrapó desde el primer momento... Mis padres no entendían del todo qué era eso que tenía Teruel. Ahora ya lo entienden. Prueba de ello es la semana cultural del año pasado, en la que no salieron del bar de la piscina hasta bien entrada la madrugada, cantando hasta quedarse afónicos y con algún ron cola de más...
Termino de escribir esto escuchando las campanas de la iglesia. Ya he aprendido a interpretarlas y son las 19h, hora de cerrar la tienda. Soy muy feliz pensando en todo lo que me ha traído este pueblo que un día me adoptó: amigos y amigas, a falta de una, dos familias increíbles, la compañía más acogedora posible, agujetas en los mofletes de reír, un entorno inmejorable y un modo de vida diferente, me atrevo a decir que mejor.
Sin duda, además de las palabras que terminan en “a”, sentarme en el suelo, jugar al bingo y desafiar a mis alergias, lo que más me gusta en el mundo es venir a Las Cuevas de Cañart y estar con todas vosotras y vosotros. El futuro dirá, pero si todo sigue así me da que las 4 horas desde Madrid se convertirán en 20 escasos minutos de curvas. Sabiduría popular: lo deseé y se cumplió.
Publicado en la revista La Acacia ‘20 – Las Cuevas de Cañart (Teruel)
Que bien escribes, Nerea!, y como te gustan las palabras que acaban en a....estoy encantadA de leerte!
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