La casa de mis abuelos
—¿Tienes que llevar arrastrando los pantalones? ¡Estás empapada! Trae,
que te subo un poco el bajo —, me saluda mi abuela cuando me ve entrar. Veo
que está preparándome la merienda y se me hace la boca agua.
Voy notando el calor según me
acerco al salón y ahí está, mi abuelo, seleccionando minuciosamente la leña.
Desvía la mirada hacia mí por un momento y resopla.
—Ya no hacen calzado como el de antes…Desde luego que os venden
cualquier cosa. Quítate las zapatillas y ven al fuego, anda —, añade para
apoyar a su mujer en la causa.
Obedezco, casi siempre. Cierro
los ojos y aún puedo oír las películas de vaqueros que tanto les gustaban,
saborear el bocata de jamón con pan con tomate y oler la leña de olivo
quemándose.
Vuelvo en mí cuando oigo a mi
hija llamarme desde la cuna; se ha despertado y es la hora de comer. En cuanto
le alcancen las piernas, encenderemos el fuego juntas y le enseñaré mi ritual. Guardo
la figura de recuerdo de Cuenca que, sin darme cuenta, sostenía aún sobre las
manos. Comparte espacio con un cenicero de Jaén y un Cristo de marfil. Releo de
nuevo el garabato que he hecho en la solapa, para asegurarme de que lo
introduzco en la caja correcta: Wallapop.
Abro la puerta de la habitación. Mi hija me mira, feliz, y me echa los brazos. Ha estado durmiendo plácidamente donde un día lo hicieron mis abuelos. Me gusta imaginármelos mirándome desde algún “agujerico” por ahí arriba, felices y orgullosos porque aún hoy siguen dándome un fuego al que arrimarme. Siguen siendo mi hogar.
Publicado el 14 de marzo de 2025 en el periódico La Comarca
Comentarios
Publicar un comentario